En agosto cumplí un año en mi departamento actual en el centro de la ciudad de México. Es el primer espacio que he sentido como mío desde que vivo en la ciudad, y hay varios elementos que me han confirmado que ese espacio estaba destinado para mí. Primero, meses antes de vivir en él, hace noventa y tres semanas según instagram, publiqué una fotografía del departamento una tarde en la que el sol estaba reflejando e iluminando su pared este. En la imagen se ven unas cortinas rojas que fueron abandonadas en el departamento y que decidí no utilizar y plantas en el balcón. El sol apuntaba el lugar en el que acabaría siendo mi recámara cuarenta semanas después.
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Este departamento está ubicado a una cuadra de la calle Manuel Márquez. En una ciudad con más de veinticinco mil calles distintas, estoy viviendo a una cuadra de la única calle que lleva mi nombre. No es un calle bonita, es de hecho bastante anónima y tranquila. La ironía es perfecta, vivir en la calle homónima hubiera sido too much of a good thing. Vivir a una cuadra de ella rompe cualquier intento mío de poetizar el hecho, y es un detalle de como a veces las cosas cooperan hasta cierto punto, pero no ceden del todo. Después de un año, aprecio la perfección del hecho. La lavandería que utilizo está en esa calle, y las muchachas que atienden me miraban con recelo las primeras ocasiones en las que anotaban mi nombre en el recibo. Supongo que creían que estaba bromeando con ellas. La primera vez que utilicé sus servicios anotaron en mi recibo el nombre David Márquez, en una clara señal de que la coincidencia no les hacía gracia, al grado de decidir cambiarme el nombre. Ya no tengo esa bolsa, pero también existe evidencia de ella en un instagram de hace cincuenta y dos semanas.
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A una cuadra de la calle Manuel Márquez está el hotel Manolo 1o, una referencia más, esta al nombre que utilizo en el cotidiano, (el nombre Manuel es reservado para usos legales y denota distancia de quien lo usa para referirse a mí). El hotel fue una de las recomendaciones de la guía de viajes Let's Go en 2002. Los motivos detrás de inventar un rey ficticio, el primero del linaje de los Manolos, es desconocido para mí. Parece no tener relación con la calle Manuel Márquez, y tal vez tiene relación con el estereotipo de españoles en la industria de servicios llamados Manolo. Otro instagram de hace noventa y nueve semanas documenta este espacio.
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El último espacio de los alrededores de mi departamento que me interesa mencionar es la tortería El cuadrilátero. Este establecimiento es de los puntos más famosos de la cuadra, pero en realidad me desagrada. Siento que irrumpe y violenta la psicogeografía de la zona. Nunca he comido ahí, y no pienso hacerlo. En primer lugar porque no soy muy aficionado a las tortas, y luego porque un par de detalles del lugar me parecen innecesarios y repelentes. No es el hecho que el tema gire alrededor de la lucha libre, porque al parecer fue un gesto honesto que no viene de la coolificación de este espectáculo. Tampoco es el reto de comer la torta Gladiador (una masa de pan y carnes frías de más de dos kilos de peso) en quince minutos. Lo que me causa fricción de este lugar es la vitrina en la entrada. La vitrina presenta dos fotografías de la torta, junto con la descripción del reto Gladiador, que consiste en no pagar la torta si eres capaz de comerla en quince minutos o menos. Además, en esa vitrina una torta Gladiador muestra es exhibida diariamente, con todo y sus porciones desbordantes de salchicha y huevo, pan aguado y grasa solidificada. Pasar por ese negocio y ver esta vitrina es como visitar la morgue a la que llega toda la comida real que ciertos restaurantes utilizan para atraer clientes.
Este juego tipo Joseph Kosuth (creador de la famosa pieza de arte conceptual Una y tres sillas, donde nos presenta una silla, la fotografía de la silla, y la definición de diccionario de la palabra silla) casi nos muestra una y tres tortas a la vez –la fotografía, la torta muestra, y la descripción del reto para comerla– erigiendo nuevamente una analogía que coopera pero no cede al cien por ciento para fines poéticos. Es un juego en el cual el objeto real es desplazado de su contexto habitual y es convertido en una reliquia, la cual es sustituida diariamente de manera ritual. El remate de la broma es la leyenda que prohibe tomarle fotografías a esta abominación culinaria y visual si uno no consume alimentos en el lugar.
Fotografiar este objeto es practicar la fotografía forense. Toda fotografía de esta masa de comida es la imagen de un objeto muerto. Toda fotografía de la torta Gladiador está condenada a un fracaso fotográfico, ya que para que el medio fotográfico funcione y pueda generar ilusiones verosímiles, su sujeto debe tener un alma que la fotografía pueda robar, un aura que la fotografía pueda destruir. La famosa torta Gladiador que se exhibe diariamente carece de ambas, no es real aunque sea real, muere desde el momento en el que el encargado de este ritual cierra la puerta de la vitrina diariamente, de lunes a sábado, alrededor de la una y media de la tarde.