(Este texto trata en parte del I Ching: El libro de las mutaciones. No pretende explicar cómo funciona, sino reflexiones acerca de su uso, para una intro al mismo, aquí el enlace a wikipedia).
El I Ching ha sido un compañero habitual desde hace poco más de diez años. Desde la primera vez que lo consulté me impresionó la claridad con la que expone la condición humana y los mensajes de bigger picture que suele dar en toda situación sobre la cual es consultado. El oráculo conecta el quehacer humano con ciclos naturales y con situaciones arquetípicas mediante un código que resume las intrincadas situaciones posibles en el mundo en sesenta y cuatro elementos llamados hexagramas, cada uno con seis matices posibles llamados líneas mutantes.
En la introducción que Carl Jung escribió para la edición de Helmut Wilhem, nos dice que "lo que sucede cuando uno tira las tres monedas, o cuenta los cuarenta y nueve palillos, es que detalles de azar ingresan en el momento de la observación para formar parte de ella", para después explicarnos cómo anticuarios y astrólogos pueden leer rastros de eventos sucedidos bastante tiempo atrás, para concluir que "en vista de estos hechos, se debe admitir que los momentos puede dejar huellas duraderas". No puedo leer esto sin asociar esta manera de operar con la del medio fotográfico. De manera análoga, en toda fotografía que tomamos, miles de elementos de azar acaban formando parte de ella, estos elementos ingresan al territorio fotográfico cuando conjuramos la creación de una imagen, la cual siempre tendrá un liga referencial con el momento de la toma y el referente físico impregnado en ella. El I Ching, como la fotografía, se basa en cierta cualidad indicial, manteniendo siempre una liga directa al momento de consulta del oráculo, y, aunque sus posibles respuestas se reducen a sesenta y cuatro opciones, la pregunta o inquietud del consultante nunca será la misma. Así que, de cierta manera, cada consulta oracular, es tan única como cualquier fotografía, y cada fotografía, podríamos inferir, es tan única como cualquier consulta oracular.
Tanto las fotografías como los hexagramas del I Ching son utilizados para, a través de un código, descifrar la esencia de un momento en el tiempo. La fotografía es, siguiendo esta lógica, tal vez, el primer oráculo post-histórico (basados en el concepto de Post-historia de Vilém Flusser) que empleamos con la creencia de que nos puede ayudar a descifrar claves históricas y personales mediante su práctica y análisis.
Al seguir leyendo lo escrito por Jung acerca del I Ching, vemos que casi todo lo que dice de éste puede ser aplicado a los modos de operación del medio fotográfico. Un ejemplo más es cuando menciona que al consultar el oráculo,
son las agencias espirituales, actuando en modos misteriosos, que hacen que las pajas ofrezcan una respuesta significativa. Estos poderes forman, de cierta forma, el alma viva del libro. Siendo el libro así una suerte de ser animado, la tradición asume que uno puede hacer preguntas al I Ching y recibir respuestas inteligentes.
Desde la creencia de que la fotografía captura el alma de las personas hasta el famoso punctum barthesiano, vemos que la foto también tiene esta asociación tanto al mundo natural como al mundo de los oráculos y espíritus. Es una representación que utilizamos para descifrar momentos pasados, realizar reflexiones presente, así como proyecciones a futuro. Superficies informativas que denotan algo más profundo y complejo, un territorio vivo, un mapa animado.
Hace casi dos años, el 19 de noviembre del 2013 (sé la fecha con exactitud por el metadata contenido en la fotografía que ilustra este post), llevé a cabo una idea que tenía desde hace tiempo: hacer una pregunta al I Ching y tatuarme la respuesta obtenida en el brazo.
La realidad está en movimiento y cambio constante, y el I Ching es una estructura mental que se basa en esta noción de flujo constante. Todo es progresión (más no necesariamente progreso), nada permanece en el mismo sitio por mucho tiempo, toda situación es impermanente (de hecho, en inglés, se le conoce como el Book of Changes, el libro de lo cambios, no de las mutaciones; siendo mutación, en mi opinión, un término que pertenece al bloque mental de cambios drásticos y evolutivos imprevistos cuando la esencia del libro se fundamenta en los cambios graduales y orgánicos). Así, hacer permanente a través de un tatuaje una interpretación de la realidad que depende del momento de su invocación, me confrontó con lo anti-natural que puede llegar a ser el acto fotográfico en su calidad de agente que irrumpe y arresta el flujo de la temporalidad humana y la historia (varios autores abordan esta faceta del medio: Flusser, Frampton, Kracauer y más).
No diré la pregunta que hice ese día lluvioso de noviembre de hace dos años, pero la respuesta fue el hexagrama número cuatro, llamado Meng, la necedad juvenil.
El juicio del oráculo con respecto a mi pregunta fue:
La NECEDAD JUVENIL tiene éxito.
No soy yo quien busca al iluso;
El iluso me busca a mí.
En su primer consulta le informo.
Si pregunta dos o tres veces, me inoportuna.
Si me inoportuna, no doy información.
Es propicia la perseverancia.
El trigrama superior representa la imagen de la montaña, y el trigrama inferior la imagen del agua. La conjunción nos da la siguiente imagen:
Un manantial se concentra al pie de la montaña:
La imagen de la JUVENTUD.
Así, el hombre superior forja su carácter
Siendo consecuente en toda cosa que hace.
Las descripciones de los hexagramas del I Ching por lo general ocupan un par de páginas, explican y desmenuzan el significado del ideograma y expanden la información contenida en las seis líneas que conforman cada uno de los sesenta y cuatro hexagramas del I Ching. No soy ni estudioso, ni experto en la teoría que envuelve al oráculo, pero sí un usuario relativamente asiduo. Por esta razón, últimamente, más que leer toda la interpretación del hexagrama, lo estoy intentando leer en su calidad de instantánea (snapshot) del momento, en su calidad de imagen. En este caso, la imagen que me ofreció como respuesta el libro fue la imagen de la juventud y la obstinación que viene con ella. Siento que esto es un comentario en muchos niveles acerca de la idea de tatuarse la respuesta y hacer permanente algo destinado a ser pasajero (lo cual denota de cierta forma esta necedad juvenil y la sensación del oráculo de estar siendo inoportunado). Sin embargo, en un ejercicio introspectivo, la respuesta fue más que ilustradora –rayando en lo spooky como suele pasar cuando se interactúa con el oráculo– ya que señala un par de características de mi persona con las que seguramente tendré que lidiar toda mi vida, la necedad y la impulsividad, las cuales me han traído cosas tanto buenas como malas, pero que me han hecho tener que limpiar más estropicios de los que puedo contar con los dedos de la mano. Ahora, ya tengo un recordatorio permanente en mi propio cuerpo de esto. Consejo de vida.
Así, el I Ching, sabiendo que quería jugar con él, jugó conmigo; y me condenó a una vida de estar luchando y de tener siempre en el reojo esa imagen que representa esa cualidad que tengo de madurar sin madurar, de envejecer siguiendo siendo un niño o un adolescente. Creo que una lectura similar puede ser realizada de cualquier fotografía que veamos de nosotros, pero, a diferencia del I Ching, la fotografía nos presenta un lenguaje más salvaje, más caótico, no tan bien delimitado como el del oráculo chino, un lenguaje más ilusorio. Tal vez es demasiado nueva, demasiado joven, tal vez todavía no encontramos un método para descodificar las imágenes fotográficas de una manera menos visceral.
¿Cuál es esa palabra que usamos para decir que el tiempo pasa? ¿Qué las cosas no son las mismas?
Cambio.
Y así, tanto el I Ching como la fotografía, conforman hoy en día parte del repertorio de herramientas de registro y adivinación a las que recurrimos de forma ritual. Implacables, directos, francos; pero al mismo tiempo que nobles e imparciales. Devuelven la mirada y el tiempo invertido en ellos. Emplean, como verdaderos guías que son, el amor firme de los verdaderos maestros.
La enseñanza en este acto ritual del tatuaje se puede resumir con un refrán popular: no se puede dormir al velador.
Los únicos durmientes somos nosotros.
Para poder despertar, es propicia la perseverancia.