Hace un par de semanas le di like a un par de fanpages en Facebook: Adultos con mochilas de niños y Pobres con acceso a internet. No me arrepiento. Tengo que reconocer que más allá del contenido ofensivo que se publica en estas páginas, ambas son, desde un punto de vista visual, singulares, por lo menos en lo que respecta al espacio del universo fotográfico en el que se enfocan.
El fotoconceptualismo surgió en la década de los sesenta del siglo pasado, y una de sus características más importantes que sus practicantes adoptaron fue la de generar imágenes con un look amateur (de-skilled), para producir obra en la cual el énfasis creativo radicaba en las relaciones de la imagen con un texto, un postulado o una idea externa a la imagen fotográfica. Fueron los primeros ejercicios de asociar imágenes con un contexto que las cobije, dé significado, y complemente su carencia de valores formales como imágenes (nitidez, composición, gama tonal, calidad de la impresión, etc.).
El tiempo ha pasado y pareciera que el atractivo de este tipo de imágenes cayó en un fatiga estética, y ahora no es tan común encontrar imágenes así en la esfera del arte y de la comunicación visual. Ahora es relativamente fácil lograr que una imagen se vea bien, primordialmente en pantalla –la plataforma que utilizamos con más frecuencia hoy en día para consumir imágenes–, al grado que últimamente no veo gran diferencia entre la atmósfera que producen imágenes que veo de fuentes fotoperiodisticas, artísticas o publicitarias. Existe cierta homogeneización en el look de lo que es hoy en día considerado como una fotografía técnicamente bien resuelta.
Esta homogeneización no sólo sucede en términos de look, sino también en temáticas. En una visita a la Bienal de Fotografía expuesta en el Centro de la Imagen de la Ciudad de México, me encontré con imágenes similares a las que veo diariamente en internet, lo que vi en la escuela de fotografía donde estudié, y a las que me son compartidas en talleres, cursos, y sesiones de crítica. Imágenes construidas, narrativas visuales personales, retratos que manejan una línea difusa entre lo publicitario y lo artsy; imágenes de espacios abandonados, rescate de álbumes familiares, intervención manual de fotografías; o el nuevo/viejo clásico de fotos del que me robó el celular y que rescaté de la nube. Ante esta oleada de imágenes que se alinean a discursos internacionales preestablecidos y bien vistos por instituciones, jurados y curadores, encuentro refresco en iniciativas como las de estas dos páginas, en las que, aunque en tono de broma y sin pretender ser arte (tal vez un detalle más dentro de la cachetada con guante blanco que estas páginas representan al establishment del fine art photography), nos muestran ejercicios de observación social más crudos y honestos que los que varios discursos fotográficos contemporáneos proponen.
El relativamente inocente Adultos con mochilas de niños es un one-liner que casi al estilo de los libros de Edward Ruscha nos presenta esta tipología. La mayoría de las imágenes que lo componen fueron tomadas en el metro de la Ciudad de México. Para empezar, etnográficamente nos muestran que la mochila es un elemento presente e importante en las personas que no tienen un auto y que la necesitan para su jornada. Como alguien que trabaja en casa rara vez tengo la necesidad de una, pero entiendo el concepto. Antes de vivir en el DF, la cajuela de un Mazda 1998 que se estaba cayendo a pedazos era mi mochila (es un privilegio de automovilista el tener una extensión de su hogar en el coche). Por si este comentario no fuera poco, se le agrega el detalle de la observación de este fenómeno en el cual vemos a adultos utilizando mochilas con personajes de caricaturas y películas animadas. Múltiples narrativas se generan de esta sutileza, que van desde la afición honesta a un personaje animado sin importar la edad, el despojo a un infante de su mochila, forzado o por desinterés de éste (estas mochilas sufren una rápida obsolescencia por la aparición de una nueva caricatura o un nuevo personaje), o simplemente por la natural, compleja y misteriosa manera en como objetos de consumo se dispersan y habitan en una sociedad, sobre todo si son de bajo costo o apuntan hacia un objeto cultural. Si estas imágenes estuvieran tomadas con una actitud más contempo, o sea, con más producción y complicidad, podríamos discutirlas en otro contexto, pero su falta de refinación visual las pone lejos del alcance del discurso fotográfico contemporáneo, lo cual no veo como algo negativo, sino como parte de su acierto al habitar y asumir un discurso visual periférico, fuera de los círculos artísticos habituales, los cuales adolecen de la falta de lo que le sobra a este fanpage: sentido del humor, chispa, o lo que García Lorca denominaría como duende.
Las imágenes suelen estar barridas, tomadas con prisa y temor a ser descubiertos. La anonimidad de la persona queda protegida en la mayoría de las ocasiones por el hecho de que las mochilas suelen ir en la espalda, pero de todos modos, no se puede negar el elemento predatorio de este gesto fotográfico. Pero por más ofensivo que nos pueda parecer esta fanpage, palidece si lo comparamos con la siguiente.
Pobres con acceso a internet es otra página que se basa en la recopilación de imágenes basándose en una tipología, pero la premisa en este caso es la de postear imágenes en las que se ve a personas de bajos recursos compartir imágenes, videos y posts sin tener consciencia de que sus fotos, comentarios, y fotografías (así como las narrativas que generan con las mismas) pertenecen al nicho cultural de la clase baja mexicana. El título mismo es cruel, recalcando que aunque se tenga un smartphone o una conexión a internet, el contenido que generas delatará irremediablemente tu posición social. Esta página se enfoca en elementos de comida chatarra (dorilocos, tortas de huevo, sopas maruchan, etc.), jóvenes sufriendo rupturas amorosas públicamente, embarazos juveniles, y en general imágenes que delatan que sus creadores no cumplen con los estándares de belleza y comportamiento socialmente aprobado como de buen gusto. El motor es señalar la ingenuidad y castigar la osadía de la gente de escasos recursos para practicar los selfies o compartir su estado de ánimo en un momento dado. Aunque esta página es hiriente, es importante ver que esta vertiente visual debería ser tomada en cuenta al momento de definir la diversidad dentro de la cultura visual mexicana, y yo iría más allá y propondría la integración y validación de estos usos y costumbres fotográficos en el contexto artístico, no sólo para burlarse de él, sino para una integración honesta, sin mediación y sin filtro, de estas imágenes en los circuitos de distribución de imágenes culturalmente relevantes. Sólo así podríamos afirmar que las nuevas tecnologías están realmente democratizando la práctica fotográfica. Reconozco que para que esto suceda de manera orgánica debe haber un interés por parte de los productores de estas imágenes por ser incluidos en dicho circuito, y tristemente es difícil que eso suceda, pero me gustaría ver que esto se diera en algún punto sin, como propongo, la mediación de un agente que valide.
Sin embargo, lo que me agrada de esta página es que es un ejercicio de honestidad, ya que pone de manifiesto cuestiones que la mayoría de los que podríamos decir pertenecemos a la clase media o a la clase educada pensamos aunque nuestros feeds y nuestro ente virtual suela ser respetuoso y aspire a mandar el mensaje de nuestro compromiso social, involucramiento político, y preocupación por la desigualdad en la sociedad mexicana. Es problemático y difícil conciliar los modos y el discurso de Pobres con acceso a internet, ya que a diferencia del gesto de exponer a nuevos ricos o mirreyes, expone a personas en posiciones socio-económicas desventajosas. Sin embargo, es necesario recalcar que dirige su mirada hacia un repositorio de imágenes que el acartonado mundo de la fotografía mexicana no se le ocurre o no se atreve a utilizar, y en mi opinión, llena un vacío en la visualidad mexicana actual.
Queda claro que todo esto hace sentido al confesar que realmente disfrutaba ver Ay Caramba! en la televisión hace unos años, y que siempre he estado interesado en las imágenes amateurs. En su crudeza y en sus sutilezas encuentro una honestidad visual que me hace seguir creyendo en la inagotable complejidad y profundidad que las superficies fotográficas ofrecen a sus espectadores.